15 julio, 2007

Madrecloaca


Desde niña he considerado que mi actitud es torpe, mis pasos son muy lentos, mi mirada está vacía y que mi pelo largo y negro me otorgan una armonía que no tengo, que ocultan ese pensamiento perdido, esa sonrisa que aparece de momentos. Bueno, éstas y otras características negativas fueron marcadas con fuego en mi, con cada palabra, con cada lamento, con cada indiferencia y fría mirada de mi madre.

Una forma de dirigirse a mí diferente, como si su misión educativa y formadora se desenvolviera de una manera torcida y maquiavélica con cierta sutil violencia psicológica, y distinto a lo que se pueda pensar, sin gritos, sino con una suave voz enjuiciadora como un trueno. Y también esa constante sensanción de humillación que me llenaba el cuerpo entero.

Cierto es que cada una de sus palabras me hicieron crecer, pero además, me volvieron una persona calculadora, pensante y siempre mirando con un ojo externo las situaciones, una paranoia interminable. Yo... La detesto.

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