10 septiembre, 2007

La Extraña


Se sentó en la cama y me explicó que había tomado informes sobre mi vida privada. Se había sabido que mi madre había muerto recientemente en el asilo. Se había hecho entonces una investigación. Los instructores se habían enterado de que “yo había dado pruebas de insensibilidad” el día del entierro de mamá. Le expliqué que tenía una naturaleza tal que las necesidades físicas alteraban a menudo mis sentimientos. El día del entierro de mamá estaba muy cansada y tenía sueño, de manera que no me di cuenta de lo que pasaba. Lo que podía afirmar con seguridad es que hubiera preferido que mamá no hubiese muerto. Pero el abogado no pareció conforme. Me dijo: “Eso no es bastante”.

Nos acomodamos en los sillones. Comenzó el interrogatorio. Me dijo en primer término que se me describía como un carácter taciturno y reservado y quiso saber cuál era mi opinión. Respondí: “Nunca tengo gran cosa que decir. Por eso me callo.” Sonrió como la primera vez, estuvo de acuerdo en que era la mejor de las razones y agregué: “De todos modos, me es indiferente”.

Iba a argumentarle que hacía mal en obstinarse en mi caso, pero desistí por pereza. Le dije que el último punto no tenía mucha importancia. Pero me interrumpió y exhortó por ultima vez, refiriéndose indignadamente: “Si yo pensara como usted, ¿cree que mi vida tendría sentido?”, exclamó, “¿Quiere usted que mi vida carezca de sentido?”. Según mi opinión aquello no me concernía, pero estaba un poco fastidiada, así que le dediqué una sonrisa amigable y escuché su arenga con cara de aprobación.

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