20 junio, 2007

Todos los días solía arreglarme el cabello


Había amanecido cansada, con la memoria alejada del cuerpo. Sus manos temblorosas, ubicaron su semblante, en el espacio y tiempo necesarios; mientras, el despertador sonaba, y sus mejillas arrugadas, amanecían lentamente. La habitación estaba cargada de recuerdos bellos y de los otros; -¿Estaré viva? – se preguntaba, enredada en su propia telaraña, a la vez que deambulaba por el piso, hacia los baldosines del baño. Todo había cambiado; la familia que fue, ahora estaba convertida en sombras; solo figuras reflejadas en el anonimato, imaginarias o chinescas, que mutaban de un lugar a otro. Desayunó liviano; la soledad le había apoderado el cuerpo, aunque no la mente; allí, las luces jugaban en su laberinto, en el que desfilaban innumerables seres. El tiempo se acumulaba en los latidos de su andar; más delgada, y algo renga, se exponía al mundo de la calle, con su bastón enjuto de madera blanda, y su temple enfrentado hacia el futuro.

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